17 de mayo de 2013

Esclavos de Inditex

Inditex, el mayor emporio textil del mundo, es a su vez una máquina de explotación laboral. Beneficios multimillonarios conseguidos a base de abuso y precariedad



6:00 de la mañana. Suena el despertador. Se levanta, se ducha, desayuna y abandona rápidamente la casa. Va a trabajar. Varios metros con trasbordo incluido. Después, autobuses abarrotados. Llega puntual para preparar la tienda y abrir. Trabaja en un centro comercial. En un sitio de esos donde las personas aburridas y sin iniciativa van a pasear los fines de semana. Ella ofrece tiempo y conocimientos a Inditex, una de las grandes. Zara, Bershka, Pull & Bear, Stradivarius, Ohio, o Massimo Dutti, entre otras, son sus marcas. Ella es de Almería, pero le obligaron a mudarse a Madrid si no quería perder su empleo. No gana mucho, pero es encargada. Y conforme está hoy la situación, a veces no queda más remedio que aceptar.

La llegada de Ella a Madrid fue emocionante. Nueva ciudad, nueva vida. Pero lo que no sabía es que pronto iba a sentirse esclavizada por su trabajo. Seguía poniendo su tiempo a disposición del emporio de Amancio Ortega, pero esta vez, en una tienda en plena Castellana, un lugar muy diferente a la avenida almeriense donde había estado hasta entonces. Esos primeros meses la vida fue relativamente cómoda. Trabajaba más de ocho horas diarias, pero llegaba pronto a casa y descansaba jueves y domingos. Era difícil que pudiera tener todo un fin de semana libre, pero incluso había veces en que se lo concedían. No era el mejor trabajo del mundo, pero al menos podía seguir tirando y afrontando facturas e hipoteca.

Pronto llegaron los recortes. Primero la mandaron a una tienda a las afueras de Madrid. A un macro centro comercial. Llegar y volver cada día del trabajo se convertía en un suplicio. Varios transportes y hora y media de viaje. Aun así, la tienda funcionaba muy bien, es más, raro era el día que facturaba menos de diez mil euros. Sin embargo, los de arriba, los de traje y corbata, negaban con la cabeza cada vez que iban a visitarla. “Las ventas no van bien, la situación es muy complicada”. Qué fácil es decir eso cuando cobras 5.000 euros al mes, pensaba Ella. “Tienes que apañártelas con menos chicas trabajando”, le decían. Chicas que tenían contratos irrisorios de 20 horas semanales. Precarias hasta la médula. Jóvenes, y sin embargo amargadas. “Así que, dile a estas tres que están despedidas”. Y se giraban y se perdían entre la multitud del centro comercial con sus trajes de Armani. Y ahí se quedaba Ella. Triste, pensando que cómo podía entrar en su sueldo de mierda la responsabilidad de echar a la gente sin motivo aparente alguno. “¿Pero cómo que me echas? Si trabajo mucho, si se hacen cajas de miles de euros”, se quejaban las chicas despedidas. Y lloraban. Y sus sueños se desvanecían. Algunas, incluso se pagaban así sus estudios universitarios. Pero a nadie les importa. Seguro que en ese mismo instante, los de los trajes de Armani estaban ya tomando vino en un restaurante cercano, celebrando su maestría con las cuentas de la empresa.

Porque Inditex sigue ganando dinero a espuertas. Según sus propias cifras, en 2012 obtuvo 400 millones de euros más de beneficios. Pasó de los 1.932 millones a los 2.361. Un 22% más de beneficios conseguidos gracias a la precariedad de sus puestos de empleo y, especialmente, a la mano de obra barata y a las nefastas condiciones laborales que ofrecen las empresas que Inditex subcontrata en países en vías de desarrollo. ¿Cómo podría si no el hombre más rico de Europa y tercero más rico del mundo mantener tal fortuna? Sin duda, su poder económico ayuda desmesuradamente a mantener pulcra su imagen. Raro es el día que no le vitorean los medios de comunicación. El gran ejemplo. El gran Amancio. Pero ¿cómo un personaje tan solidario y generoso a ojos de los españoles puede ser a su vez un evasor de impuestos demostrado mediante las SICAV? ¿O por qué lleva su facturación a países más aventajados fiscalmente como Irlanda? ¿Nadie va a poner el grito en el cielo ante un señor que ha pagado incluso multas por esclavitud laboral infantil?

No, parece que no. Que es lo normal. Es que la situación está como está. ¿Pues qué vas a hacer? Si tienes que trabajar los domingos, pues trabajas y ya está. No te quejes porque te van a echar. Además, ya no tienes 20 años y sabes que en cuanto pases los 30 ya no serás una chica perfecta a los ojos de Inditex. Te darán la patada antes o después, así que al menos aguanta el máximo tiempo posible.

Y mientras tanto, Amancio se regocija en su mansión. El dinero todo lo puede. La fe ya no mueve nada, son euros y dólares quienes mueven ahora las montañas. Además, los políticos de turno les allanan el camino, por ejemplo, permitiéndoles abrir todos los días casi a cualquier hora. La esclavitud se adueña de su vida. Ahora, Ella tiene que trabajar también los domingos y solo descansa los jueves. Una vez al mes también le permiten no ir a trabajar en “festivo”. ¿Y los sindicatos? Que si el convenio, que si es lo que hay, que no pueden hacer mucho, que si la reforma laboral lo permite… Vamos, que no hacen nada. Miran para otro lado. Ella no es más que un número dentro de las cifras macroeconómicas del emporio de Amancio. Solo es una cifra. No es una persona, no es nada. Es un engranaje más del todopoderoso motor que eleva diariamente a Inditex a la cima de la explotación.

Ahora, ya no le permiten descansar ni en su día de descanso. Casi no hay chicas en la tienda porque los amplios beneficios no han sido tan amplios como en años anteriores, así que hace unos días llegaron con cuatro despidos procedentes y casi sortearon los nombres de las personas a las que iban destinados. Tú, tú, tú y tú. Porque sí. Porque somos los del traje de Armani y este año en vez de ganar 60.000 euros hemos ganado 58.000 euros y eso es por culpa de los 2.000 euros anuales que te damos a ti por prestar varias horitas diarias a nuestro emporio. Así que sobras. Fuera. Despedida.

Y tú, encargada, ya sabes lo que tienes que hacer. Trabaja más horas, nos da igual cuántas. Pero hazlo todo. Si no llegas a tiempo un día, estás en la calle. Si bajas de estos beneficios anuales, estás despedida. Si no consigues que las pocas chicas que trabajan a tu lado estén calmaditas y sin hacer ruido, olvídate. Y si cumples 30, también. Presión, presión y más presión. Tú sabrás lo que haces. Pero con la nueva reforma laboral estarás en la calle con una indemnización ridícula y si dejas de cumplir con tus funciones te verás sin empleo y sin prestación. Sola y abandonada. Así que solo te queda trabajar cuando te digamos y como te digamos. ¿Festivos? No existen. Aquí se trabaja cuando nosotros decidamos. ¿Turnos? Los que nos dé la gana. ¿Lo entiendes? Y si estás a 500 kilómetros porque es tu fin de semana libre, te aguantas. Cualquier ápice de desobediencia será interpretado como una traición al magnate, al dios supremo. Y al día siguiente no tendrás que volver. Pero claro, teniendo que pagar facturas, hipoteca y comida, algún trabajillo tendrás que haber encontrado antes, ¿no crees? Bueno, al final, siempre podrás dejar de comer, que eso es lo que hacen las personas de bien.

Y ella, agacha la cabeza, y sigue sacando cajas y colocando ropa en las estanterías. Es domingo y miles de personas abarrotan el centro comercial. Esos seres ignorantes y sin alma que no tienen otra cosa que hacer que deambular por esos pasillos en día festivo para que esos magnates puedan seguir explotando a personas desdichadas. Esto es lo que ha traído este afán tristemente consumista. Pasean del Zara al McDonald sin percibir siquiera que son cómplices de una tirana esclavitud.

23:00 horas. Ella llega a casa, aturdida, exhausta. Se tira en la cama y llora. No puede más. Pero sabe que tiene que dormir. Se toma unas pastillas para descansar mejor y cierra los ojos.

6:00 de la mañana. Suena el despertador.


Artículo publicado en Córdopolis



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